La adolescencia y conflictos sociales

Por Constanza Ibáñez B.

La pregunta por la adolescencia, su enigma, es una constante en la consulta. Incluso sigue siendo una pregunta recurrente en la clínica. Por mucho tiempo la adolescencia constituyó una “´pausa”, un terreno de nadie, en que sencillamente se consideraba una edad “no analizable”.

Si  bien esto ha ido cambiando, continúa siendo recurrente la angustia de los padres en relación a los límites, normas, órdenes o cómo se les quiera llamar. Aparece la queja de esa “necesidad de ir más allá” en la adolescencia, el “me está poniendo a prueba”.

Pero,  ¿qué es lo que pone a prueba un adolescente? Lo que pone a prueba es el deseo del otro.

Se ha oído muchas veces hablar de la adolescencia como una “transición” un estar entre, con lo que volvemos a la lógica de la tierra de nadie, cuando esta etapa tiene sus propias caracterizaciones y complejos, y es así como se la debe tratar en la clínica.

Podríamos decir que la transición consiste en un dejar morir para nacer de nuevo. Dejar morir al niño, para ver nacer al adulto. Esto presenta múltiples contradicciones y genera angustia.

Personalmente pienso que en la clínica se pone más de manifiesto la perspectiva del renacer. Al situarse en el nacimiento, el adolescente necesita acunarse en el deseo del otro de alguna manera, para hacer sostenible este nacimiento y no quedar a la deriva. El sobrepasar límites y mandatos implica la búsqueda de un Otro, su llamada deseante, la mirada extática de la madre en el encuentro con el recién nacido, en último término.    

 

Lo que genera conflicto y angustia en la adolescencia , a mi parecer, es esta disyuntiva entre necesitar sentirse deseado -lo cual implica ausentarse, sobrepasar límites puestos por el adulto-  y querer sostener una ilusión del otro -ser lo que el Otro quiere- que se acompaña siempre de un miedo a decepcionar. Siempre lo que está en juego se trata del deseo, sólo que este acunarse en el deseo del otro puede ser puesto en escena de maneras muy diferentes, incluso contradictorias.

En tiempos de crisis, la angustia propia de esta etapa puede verse agudizada, al verse un adolescente atrapado entre lo que piensa que es lo correcto y lo que se espera de él. Verse envuelto entre las revueltas de la escuela y el pensamiento diferente de los padres. Aquí es cuando inevitablemente también pueden ponerse en evidencia los duelos no resueltos de los padres como parte de los conflictos de la adolescencia:  Cuando se asume que los hijos deben seguir su posición y difícilmente aceptan que estén involucrados en otros puntos de referencia.

En este sentido resulta fundamental la invitación al diálogo con el adolescente, en actitud de compartir y no imponer, ya que probablemente éste se encuentra atravesado por múltiples paradigmas y se vuelve confuso escoger a quién responder. Hacer la invitación desde la pregunta y el diálogo abierto es la responsabilidad del adulto para desangustiar a nuestros jóvenes y ayudarles a confeccionar sus propias perspectivas.

Por lo demás, el éxito de la adolescencia depende, por el lado de los padres, de su capacidad de dejar ir en términos de permitir que los hijos se apuntalen en visiones externas acerca del mundo, en referentes del exterior. ¿son ellos capaces de relacionarse con sus hijos y con el mundo desde una posición que no sea de padres? ¿pueden dedicarse a otras actividades? ¿tienen vida social? Pueden volverse preguntas fundamentales cuando intentamos pensar a un adolescente en conflicto, que no sale de su casa o que no logra identificarse con otras perspectivas, subculturas o modos de pensar.

De esta forma, será más fácil desprenderse, al final de la adolescencia, de este constante sostenimiento de la ilusión, del deseo del otro. Esto implica por un lado apropiarse del propio deseo, y por otro el desarrollo de la intimidad con un otro en el futuro.

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