Entre sensación y amor, pariendo revolución...

Por Ps. Mariana Córdova

Hay situaciones en la vida que nos detienen, nos abruman, nos silencian o bien nos dejan hablando en solitario como un intento de agarrar o darle al menos un cierto sentido a ese quiebre en la experiencia diaria. Sabemos que de la mano de estas vivencias algo propio y ajeno se pierde, cambia para no volver a ser lo mismo. Se dice que cuando una vivencia se vuelve tremendamente impactante para nuestro psiquismo, entramos en el ámbito de lo traumático, terreno de lo indecible e indescifrable. Entonces el camino para agarrarlo, tejerlo, tramitarlo y darle palabras que nos permitan pensarlo y pensarnos en esa situación, se presenta como un recorrido que no puede ser sino en el encuentro con otros.

Habitamos un mundo que es propio y es con otros. Nos afecta y también lo afectamos, y en ese diálogo devenimos siempre.

Recuerdo el pasado 18 de Octubre de 2019 como un día que me sacó de mi mundo, me llenó de incertidumbres, y que por sobre todo me estremeció. Me sentí impactada, con las emociones en una juguera, transitando entre la rabia, la pena, la euforia y la furia, los sentimientos de injusticia y también de esperanza, para terminar en el miedo. No podía comprender tanto, pero lo vivía con los pelos erizados en la piel.

De ahí en adelante se vino la tarea de reorganizar los días, y cada día, porque proyectar una semana “como siempre” se hizo una tarea difícil. Y me vi envuelta y enfocada en el hacer, como quien se preocupa de armar una y otra vez el bolso de su bebé por nacer como forma de hacer algo con la angustia que implica transformarse en madre. Ilusión de control necesario cuando las palabras no alcanzan para dar cuenta de lo vivido.

Me miré como mujer y como mamá; se hicieron presentes el miedo y la soledad. El miedo me habló del resguardo y la soledad de la enorme necesidad de compañía y apoyo. Ser madre me hizo buscar a otras madres y coincidir con muchas en esa búsqueda y encuentro. Hablamos de lo difícil que era continuar con el trabajo mientras nos quedábamos pensando en nuestros hij@s ¿funcionará hoy el jardín o el colegio?, ¿podremos llegar a buscarlos?, o bien ¿cómo le explico a mi hij@ lo que está pasando?, ¿cómo lo cuido y me cuido?, llegando muchas veces al “no he podido participar en nada”, “me siento culpable”, “me siento impotente”, “tengo miedo”, “no te puedes arriesgar”, para terminar compartiendo compulsivamente por redes sociales las diferentes actividades y convocatorias a las cuales no podíamos o no nos atrevíamos a asistir. De a poco, en ese palabrear, algo se fue mostrando y pulsó fuerte a repensarnos en ese ser madres y a mirar las implicancias que este “despertar de Chile” estaba teniendo –y aún tiene- en cada una.

Toda transformación trae consigo dolor e incertidumbre, pero también la posibilidad de lo distinto y novedoso. Transitamos la pérdida de referentes para reencontrarnos y reconstruirnos. Se puede decir que vivir es un arte de infinitas expresiones, y es así que, a través del arte, nos pudimos encontrar en ese transitar personal y social.

Como mujeres, madres y psicoterapeutas fuimos gestando una idea movida por un potente deseo: reconstruirnos juntas en la historia que se estaba escribiendo en y para nosotras en este encuentro con un intenso “despertar”. Salimos de nuestras solitarios quehaceres para abrir un espacio de encuentro sensible, de expresión, de creatividad, de apoyo y de contención, donde pusimos al servicio de cada una las amorosas funciones del grupo-tribu a través de una obra colectiva: el collage.

 

Fuimos 8 valientes mujeres comprometidas con nuestra vulnerabilidad. Sacamos la voz y con ello los afectos se fueron representando para el grupo y en cada una. La “juguera de emociones” era compartida, y en los recuerdos y vivencias particulares nos vimos re-articulando un presente que nos había dejado casi sin palabras para poderle pensar y habitar. ¿Qué nos ha pasado como madres y mujeres en este tiempo de “movimiento social”?, ¿cómo lo hemos vivido? Y ¿cómo nos proyectamos en un futuro posible?, fueron las principales cuestiones que impulsaron el diálogo desde el cual se desenvolvieron nuestros pensares y sentires.

 

El collage se ofreció como un soporte tremendamente potente para vehiculizar lo que mueve la palabra y también lo que queda por fuera de ella. Témperas, lápices, lanas, cintas, recortes, papel, pinceles y hasta la propia piel, fueron nuestros principales aliados. También la participación espontánea y creativa de 3 pequeñ@s hij@s nos mostraban que ellos, al igual que nosotras, tenían su espacio y expresión.

 

Cada quien se fue apropiando de un lugar en la gran superficie blanca que ofrecía la hoja. Unas más detenidas, pensativas quizás, pero todas transitando por un modo distinto de conexión: ir de adentro hacia afuera para encontrar a través de un objeto “algo” que ha sido difícil identificar de manera consciente para luego crear con ello.

 

“El poder del arte radica en su libertad (…) Es una forma de construir lenguajes para lo que aún no tiene forma. Si no tuviese poder, no habría censura. Una metáfora puede condensar una situación y cambiar la percepción de las cosas”, nos aclara la artista visual Alicia Villarreal.

 

De este modo, formas, colores, letras, trazos, manchas, pegoteos, armaron un conjunto donde se entrelazaron las creaciones de cada quien y nació un todo cargado de sensaciones y significaciones.

 

Y nos volvimos a mirar a través de lo creado.

Lo que antes estaba muy confuso ahora sumaba matices con más luces.

Ser capaces de criar, maternar y amar, se nos presentó como un potente acto revolucionario.

Somos gestantes de las nuevas generaciones.

Porque lo que hacemos hoy siempre irá de la mano del mañana. Y así, “entre sensación y amor, [seguiremos] pariendo revolución”.

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