Por Constanza Ibañez B.
En Infancia y Familia seguimos pensando el psicoanálisis en tiempos de pandemia, qué es lo que éste puede aportarnos. Indudablemente ha resaltado la problemática del trauma, a propósito del emerger de una situación externa, difícil de manejar para el individuo. Asimismo aparecen los polos frente a aquella, el de sumergirnos en la angustia individual, o hacer lazo, tejido social.
Si nos situamos en el polo del tejido, esto puede significarse de múltiples maneras.
Una perspectiva posible es la de la creatividad y el juego, planteada por Donald Winnicott, asociada por algún motivo comúnmente a los niños. A muchos padres comienza a resultarles agobiante enfrentarse al que hacemos “ya no quiere hacer nada, hemos hecho de todo”. Ante este hecho tendríamos de preguntarnos si el malestar de falta de creatividad resulta ser de los niños o de los padres.
No nos veremos como adultos confrontados a nuestra propia conflictiva con la creatividad? No es acaso la creatividad y el juego en todo individuo no solo deseable, sino necesaria, ya que implica este poder “tejer” en el cotidiano cuando la realidad resulta difícil de tolerar?
En tiempos de pandemia aparece ineludiblemente el fenómeno del USO del tiempo y del espacio, aún cuando se tiene mucho que hacer en el día a día. Resulta ser un verdadero desafío el teletrabajo, el colegio, horas de comida, del hogar y espacio lúdico, cuando las coordenadas de tiempo y espacio son las mismas. Dadas dichas coordenadas también necesitamos crear algo nuevo con ellas, una nueva realidad que no nos supuso un desafío con anterioridad. Que uso hago del tiempo? Como compartir este tiempo con otros?
Nuestra capacidad como adultos de hacer uso del tiempo y ofrecérselo a nuestros niños en contextos como el actual no es sino la capacidad de jugar forjada en la infancia. Con la adultez se nos olvida que existe una zona intermedia que tiene y no tiene que ver con la realidad al mismo tiempo.
Con la facultad de crear somos capaces de sostener la creatividad de los niños, les permitimos habitar esa zona intermedia, que a fin de cuentas es una ilusión de mundos posibles
Por otra parte, esta “posibilidad de mundos posibles” puede ayudar a liberar miedos y angustias en relación a lo que se vive en el momento presente. Ilusión de un mundo mejor.
Como se puede apreciar, la posibilidad de jugar o de subjetivar el tiempo y el espacio parece ser una necesidad vital en la adultez. Sin embargo, cuando el ambiente no lo exige parece ser con frecuencia muy poco habitada. Aparece mayormente el predominio de las variables “objetivas” de la realidad como una necesidad a veces obsesiva de controlar el dónde, el cómo y con quién hacemos las cosas… pero no necesitamos acaso elaborar y habitar en una ilusión con mayor frecuencia de la que pensamos? No nos encontramos a nosotros mismos hoy en día elaborando angustias en los juegos que proponemos a nuestros pequeños?
El juego significa nada más ni nada menos que una contención de nuestras experiencias. Se trata de una “zona intermedia, que como tal no supone desafío alguno, ni separar marcadamente realidad externa e interna” (Winnicott) sin importar mayormente el contenido, el cómo. No obstante, y paradojalmente, el jugar, el habitar esa continuidad entre realidad interna y externa, es lo que se nos ha vuelto un nuevo desafío.
Por lo demás, el valor de esta “zona no atacada” cuando afuera las cosas están delicadas, no es un juego de niños.
“El juego es una experiencia siempre creadora y es una experiencia n el continuo espacio-tiempo, una forma básica de vida” (Winnicott)